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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 1 de abril de 2013

Eugenio Montejo


Hamlet, acto primero.

Mira la sala: no es el cortinado
lo que tiembla. Ni la sombra de Hamlet.
Tal vez, tal vez la capa de su padre.
Todas las noches son de Dinamarca.

Los soldados se turnan en la ronda
y lían sus cigarros.
Vuelve tan crudo allí el invierno
que desdibuja en bultos blancos
la tenue imagen del televisor.
Pero la noche tiembla
y las túmidas narices del caballo
nos olfatean bajo la nieve…

¿Qué país no ha escondido algún rey muerto?
Pasan las propagandas
y retornan los pasos del espectro.

Es él, es él, es su fantasma
y la venganza de esa capa sola
estremece los clavos del perchero.
El locutor anuncia otra nevada
para mañana, pero roja, siniestra.
Todas las noches son de Dinamarca. 



La hora de Hamlet

Esta mañana me sorprende
con mi olvidada calavera entre las manos.
Hago de Hamlet.

Es la hora reductiva del monólogo
en que interrogo a mi Hacedor
sobre esta máscara que ha de volverse polvo,
sobre este polvo que sigue hablando todavía
aquí y acaso en otra parte.

A la distancia que me encuentre de la muerte,
hago de Hamlet.

Hamlet y pájaro con vértigo de alturas,
tras las almenas del íngrimo castillo
que cada quien erige piedra a piedra
para ser o no ser según la suerte,
el destino, la sombra, los pasos del fantasma.









Eugenio Montejo