El buen humor y las ganas de mear
Por: César Landaeta H.
(Psicólogo
clínico)
Si
hay algo que estimula el interés y la motivación del ser humano – aparte del
sexo – es la posibilidad de explotar en
una carcajada o cuando menos, emitir una que otra risilla de complacencia.
La
industria cinematográfica y del espectáculo en general, ha mantenido su
vigencia por muchas décadas, no tanto apoyada en el drama o la acción, sino más bien en el sainete
divertido que de manera fácil hace reír a sus audiencias.
Piense
usted por ejemplo, en personajes internacionales como Charles Chaplin, Abbott y
Costello, Cantinflas, Woody Allen, Mel Brooks, Los hermanos Marx y en nuestro
país, gente como Laureano Márquez, Emilio Lovera, Rolando Salazar y hasta el
non sancto Conde del Guácharo, por nombrar solo unos pocos. ¿Cuántas son las
personas que han asistido a sus funciones? ¿Cuántos han hecho largas filas para
escucharlos o verlos hacer maromas y cuánto dinero han dejado sus fieles
seguidores en las taquillas de los teatros? ¿Pueden en realidad competir con
ellos, los protagonistas del cine basado en la violencia o en el oscuro
misterio del “más allá”?
Tal
vez con salvadas excepciones, como serían Arnold Shwarzenegger, James Bond,
Hitchcock, Stephen King o alguno de los más recientes directores famosos por
sus películas de misterio, es muy difícil que un personaje no cómico, pueda
competir en el alma colectiva con aquellos que han sacado sonrisas a su
público.
La
razón esencial para que se dé este fenómeno, es que la posibilidad de reír está
muy ligada en nuestro aparato psíquico al placer.
Una
respuesta placentera motivada por un buen chiste o una escena graciosa, no es
más que la descarga tensional que se produce cuando la represión de los
contenidos ocultos en el inconsciente, se levanta y recibe el “permiso” para
mostrarse abiertamente.
Lo
que en inglés se conoce como el punchline o
la frase final del relato chistoso, es el elemento que acaba con esa
tensión interna, producida por el relato inicial.
Si
quien cuenta la anécdota, maneja con arte el factor perturbador de lo reprimido
en primer lugar y su punchline es efectiva para cesar la tensa expectativa con
un final que tome a la audiencia por sorpresa, tendrá el éxito asegurado. Sus
interlocutores reirán a mandíbula batiente y su personalidad recibirá por
efecto asociativo la calificación de persona inteligente, grata y digna de ser
rodeada de admiradores.
Lo
crucial que está en juego para quien intenta hacer reír, es romper repentina o efectivamente los niveles
represivos que la socialización ha puesto sobre ciertos aspectos, ya sea
sexuales, violentos o de respeto entre los seres humanos.
Si
bien el artista del buen humor, logra la risa de su audiencia por mecanismos
inteligentes de alta factura, no es menos cierto que quien hace un humor
grotesco y brutal puede alcanzar la misma respuesta, con un menor esfuerzo
intelectual.
Desde
luego, en este último caso, la calidad de la risa no es la misma. En el buen
humor, la gente ríe de placer verdadero mientras que en la hilaridad obtenida
mediante mensajes escatológicos o artificialmente quebrantadores del orden
establecido, lo que tiene lugar es el llamado “placer por reducción de la
tensión”. Es decir, como el que se siente al vaciar una vejiga que se
encontraba a reventar.
Se
trata sin duda de un placer, pero nunca podrá compararse con aquel que no
requiere de un extremo sufrimiento previo o de ninguna perversión valorativa en
particular.
En
nuestra sociedad actual el humor barato de esta última clase, ha venido a
sustituir al que debe ser algo más trabajado y con mejor calidad artística.
Esto
es, que pareciéramos estar todos atosigados por las urgentes ganas de miccionar
que nos produce la vida cotidiana insatisfactoria y estresante, y los ganapanes
de la comedia absurda, nos ofrecen los receptáculos apropiados para que se produzca la anhelada descarga aliviadora.
Tal
cosa no tendría nada de malo si no fuera porque
a veces el mensaje que nos hace reír, va aderezado por contenidos
peligrosos de manipulación y control mental.
Algunos
políticos malintencionados tratan de provocar la risa, cuando lo que quieren en
verdad es anular un adversario o hacernos tragar sus ideas malsanas.
No
son pocos los publicistas y los comediantes que buscan mediante el chiste banal
o el burdo slapstick, vendernos productos, necesidades o actitudes que no
aceptaríamos si se nos ofrecieran de otra manera algo más elaborada.
Debido
a que el placer tiende a anular el entendimiento racional, mi recomendación
para el lector, es que analice bien de qué se ríe. ¿Qué hay dentro de usted
presionando por liberarse de la represión? ¿Por qué reír de lo que dice o hace
una determinada persona? ¿Cuál es el fin último que alcanzará usted con la
descarga de su vejiga mental sobre ciertos individuos o instituciones de la sociedad, atacadas
burlonamente en el chiste que le da risa? Por ejemplo, ¿por qué hacer mofa de
la mujer o escarnecer a los homosexuales, a los gallegos o a personas a quienes
con frecuencia, ni siquiera conocemos? ¿Qué busca quien factura y difunde tales contenidos de
manera supuestamente divertida?
Piense
siempre sobre sus temas más personales. Estudie el mensaje que recibe tanto de
los medios de comunicación, como de aquellos a quienes admira o buscan su
admiración.
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