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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 1 de abril de 2013

Público - El buen humor y las ganas de mear




El buen humor y las ganas de mear

Por: César Landaeta H.
(Psicólogo clínico)

Si hay algo que estimula el interés y la motivación del ser humano – aparte del sexo –  es la posibilidad de explotar en una carcajada o cuando menos, emitir una que otra risilla de complacencia.

La industria cinematográfica y del espectáculo en general, ha mantenido su vigencia por muchas décadas, no tanto apoyada en el drama o  la acción, sino más bien en el sainete divertido que de manera fácil hace reír a sus audiencias.

Piense usted por ejemplo, en personajes internacionales como Charles Chaplin, Abbott y Costello, Cantinflas, Woody Allen, Mel Brooks, Los hermanos Marx y en nuestro país, gente como Laureano Márquez, Emilio Lovera, Rolando Salazar y hasta el non sancto Conde del Guácharo, por nombrar solo unos pocos. ¿Cuántas son las personas que han asistido a sus funciones? ¿Cuántos han hecho largas filas para escucharlos o verlos hacer maromas y cuánto dinero han dejado sus fieles seguidores en las taquillas de los teatros? ¿Pueden en realidad competir con ellos, los protagonistas del cine basado en la violencia o en el oscuro misterio del “más allá”?

Tal vez con salvadas excepciones, como serían Arnold Shwarzenegger, James Bond, Hitchcock, Stephen King o alguno de los más recientes directores famosos por sus películas de misterio, es muy difícil que un personaje no cómico, pueda competir en el alma colectiva con aquellos que han sacado sonrisas a su público.

La razón esencial para que se dé este fenómeno, es que la posibilidad de reír está muy ligada en nuestro aparato psíquico al placer.

Una respuesta placentera motivada por un buen chiste o una escena graciosa, no es más que la descarga tensional que se produce cuando la represión de los contenidos ocultos en el inconsciente, se levanta y recibe el “permiso” para mostrarse abiertamente.

Lo que en inglés se conoce como el punchline o  la frase final del relato chistoso, es el elemento que acaba con esa tensión interna, producida por el relato inicial.

Si quien cuenta la anécdota, maneja con arte el factor perturbador de lo reprimido en primer lugar y su punchline es efectiva para cesar la tensa expectativa con un final que tome a la audiencia por sorpresa, tendrá el éxito asegurado. Sus interlocutores reirán a mandíbula batiente y su personalidad recibirá por efecto asociativo la calificación de persona inteligente, grata y digna de ser rodeada de admiradores.

Lo crucial que está en juego para quien intenta hacer reír, es  romper repentina o efectivamente los niveles represivos que la socialización ha puesto sobre ciertos aspectos, ya sea sexuales, violentos o de respeto entre los seres humanos.

Si bien el artista del buen humor, logra la risa de su audiencia por mecanismos inteligentes de alta factura, no es menos cierto que quien hace un humor grotesco y brutal puede alcanzar la misma respuesta, con un menor esfuerzo intelectual.

Desde luego, en este último caso, la calidad de la risa no es la misma. En el buen humor, la gente ríe de placer verdadero mientras que en la hilaridad obtenida mediante mensajes escatológicos o artificialmente quebrantadores del orden establecido, lo que tiene lugar es el llamado “placer por reducción de la tensión”. Es decir, como el que se siente al vaciar una vejiga que se encontraba a reventar.

Se trata sin duda de un placer, pero nunca podrá compararse con aquel que no requiere de un extremo sufrimiento previo o de ninguna perversión valorativa en particular.

En nuestra sociedad actual el humor barato de esta última clase, ha venido a sustituir al que debe ser algo más trabajado y con mejor calidad artística.

Esto es, que pareciéramos estar todos atosigados por las urgentes ganas de miccionar que nos produce la vida cotidiana insatisfactoria y estresante, y los ganapanes de la comedia absurda, nos ofrecen los receptáculos apropiados para que  se produzca la anhelada descarga aliviadora.

Tal cosa no tendría nada de malo si no fuera porque  a veces el mensaje que nos hace reír, va aderezado por contenidos peligrosos de manipulación y control mental.

Algunos políticos malintencionados tratan de provocar la risa, cuando lo que quieren en verdad es anular un adversario o hacernos tragar sus ideas malsanas.

No son pocos los publicistas y los comediantes que buscan mediante el chiste banal o el burdo slapstick, vendernos productos, necesidades o actitudes que no aceptaríamos si se nos ofrecieran de otra manera algo más elaborada.

Debido a que el placer tiende a anular el entendimiento racional, mi recomendación para el lector, es que analice bien de qué se ríe. ¿Qué hay dentro de usted presionando por liberarse de la represión? ¿Por qué reír de lo que dice o hace una determinada persona? ¿Cuál es el fin último que alcanzará usted con la descarga de su vejiga mental sobre ciertos individuos o  instituciones de la sociedad, atacadas burlonamente en el chiste que le da risa? Por ejemplo, ¿por qué hacer mofa de la mujer o escarnecer a los homosexuales, a los gallegos o a personas a quienes con frecuencia, ni siquiera conocemos? ¿Qué busca  quien factura y difunde tales contenidos de manera supuestamente divertida?

Piense siempre sobre sus temas más personales. Estudie el mensaje que recibe tanto de los medios de comunicación, como de aquellos a quienes admira o buscan su admiración.

Defienda su derecho a decir NO y a ser libre para elegir sus valores, antes de encontrarse en la próxima situación en que las cosas estén “para mearse de la risa”, no sea que el empapado de líquidos urinarios sea usted.





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